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Por: Ramiro Bejarano Guzmán

Si en los gozosos primeros 100 días de su mandato ya Petro habla de fuerzas internas y externas que se oponen a la reforma tributaria y la agraria, así luego con un eufemismo hubiese intentado aclarar que se estaba refiriendo como “enemigo interno al acumulado de normas y pasos hechos en la administración nacional durante décadas para defender intereses particulares poderosos e impedir los cambios en favor de la gente”, es evidente que está preso de la desconfianza.

Que existan fuerzas externas que se opongan no debería extrañarle a Petro. Esa es la democracia y es bueno que el Gobierno aprenda a no molestarse porque siempre tendrá voces críticas. La preocupación de que tiene francotiradores en el propio Gobierno porque disienten o su permanente descalificación a los periodistas que no informan como él quisiera —como le pasa al intolerante comisionado de Paz, Danilo Rueda— no solo no permiten gobernar sino ni siquiera vivir.

Pero más sorprendente es que Petro regañe en público —aunque sin mencionarlos y con liviana retractación— a esos funcionarios que han expresado reparos a los importantes proyectos que están en curso en el Congreso, y también a los periodistas que informaron al respecto. Si desconcierta que cada vez que lo invitan a un foro de empresarios les canta la tabla —como lo ha hecho con todos, particularmente con el dirigente gremial a quien ridiculizó al refutarle que hubieran trabajado juntos en el Congreso—, con mayor razón intimida que el primer mandatario confiese que no se siente seguro en su propio entorno ni a gusto con la prensa.
No creo que apenas iniciado el gobierno haya traidores que adentro se estén oponiendo a los proyectos en curso. Si así fuera, tendrían que irse. Lo que sí parece posible es que a Petro y a su círculo íntimo solo les guste el ambiente de adulación que suele darse con todos los mandatarios, y entonces empiezan a incomodar esos pocos servidores que discrepan, que es otra forma de colaborar eficazmente con la tarea de mandar.

Aunque Petro no señaló cuál es Judas o Bruto, fue una coincidencia malhadada que su regaño hubiera llegado justo el mismo día en que el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, había tenido que expresar una opinión diferente a la suya para calmar las aguas de la economía alborotadas por sus imprudentes trinos. Petro negó que la estocada fuera para Ocampo, aunque no convenció, pero de ser así sería un exceso y una injusticia con quien está prestando un servicio y se está sacrificando, porque en vez de estar en un ministerio tan difícil podría estar dictando clases en la universidad americana que lo sigue esperando para que retome su rumbo académico.

Que un presidente discrepe de un ministro y viceversa es el ejercicio permanente del gobierno y ello no debe dar lugar a malos entendidos ni a vainazos oratorios, menos contra la prensa. Haría bien Petro en cuidar a sus buenos ministros, no vaya y resulte que un buen día de estos Ocampo amanezca, como dicen en Buga, con el birrete almidonado y decida botarle el puesto. Nadie es imprescindible, pero de acontecer eso en Hacienda en el arranque del mandato del cambio, Petro podría estar enfrentando una crisis de un tamaño que no se sueña.

Adenda. No había oído la grandilocuente expresión Comunidad Arbitral (CA) que supuestamente alberga a los abogados que ofician como árbitros en los pleitos más cuantiosos, ni tampoco sabía que estos hoy se hayan erigido en una especie de gremio al que parece le otorgarán personería jurídica porque ya goza de la mediática. Ahora se ha filtrado que esa CA por primera vez está molesta con una directiva presidencial que ordena a las entidades públicas que hayan de designar árbitros en procesos estatales que sometan los nombres de los candidatos al filtro previo de la Presidencia de la República. Lo curioso es que quienes hoy, con razón, sostienen que la tal directiva presidencial amenaza la autonomía e independencia de los árbitros no les hubiera parecido lo mismo cuando los gobiernos de Santos y Duque abusaron nombrando a sus juristas cercanos y vetando a muchos otros. ¡Vivir para ver!

Seguimos esperando que el Consejo de Estado falle la demanda de nulidad contra esa odiosa e inconstitucional directiva presidencial que, en todos los tiempos, amenaza la autonomía e independencia arbitral. Me resisto a creer que los consejeros teman que si la anulan luego les cerrarán las puertas de esa próspera y poderosa CA.

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